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Politizar el espacio Proyectando vivienda y ciudad con perspectiva de género

Este artículo pone bajo análisis un proyecto académico realizado durante 2019 en el taller Forma y Proyecto en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. El trabajo busca politizar el espacio mediante la perspectiva de género, para poder proyectar vivienda y ciudad sin seguir representando y reproduciendo lógicas desiguales.

Introducción

Es de mi interés compartirles algunas reflexiones sobre las prácticas proyectuales con perspectiva de género, las cuales buscan poder romper con patrones de diseño que utilizamos habitualmente y que generan efectos en el espacio donde refuerzan las desigualdades existentes de la sociedad.

Este artículo se apoya en una investigación realizada dentro de la materia Proyecto Arquitectónico dentro de la carrera de Arquitectura en la FADU-UBA. Fue necesario llevar a cabo una revisión del conocimiento y las experiencias proyectuales adquiridas durante años de cursada en algunas cátedras para entender que esas herramientas son antiguas, se suponen universales y generan desigualdad en el espacio. Sin embargo, se siguen enseñando y se presentan como neutrales e inmodificables.

El proyecto se realizó dentro de la cátedra Forma y Proyecto, donde un colectivo de docentes e investigadores llamado Colectiva Habitaria (1) propone estudiar, proyectar e investigar el espacio a partir de su resignificación y politización, entendiendo que el mismo no es neutro.

En el siguiente texto trataré de introducir brevemente distintas características sobre las lógicas espaciales que se suelen estudiar a lo largo de la carrera y su relación con el capitalismo y patriarcado (2). Luego, presentaré el análisis del trabajo de investigación proyectual, el cual incide en la búsqueda de herramientas y aportes para proyectar el hábitat a partir de una perspectiva de género. Finalmente, estarán sus respectivas conclusiones.

¿De dónde venimos?

La arquitectura y el urbanismo son disciplinas que impactan de manera directa en la vida de lxs habitantes. Desde ambas partes se diseñan y producen espacios que afectan en las rutinas y tareas cotidianas y, de alguna forma, permiten o limitan el grado de apropiación, estableciendo la relación que existe entre las acciones de cada persona.

Sin embargo, muchas veces se nos enseña en el ámbito académico a desarrollar la arquitectura en base a un simple objeto arquitectónico y no se piensa en las personas que podrían habitarlo. Entonces, me pregunto: ¿para quién diseñamos? Cuando producimos viviendas, ¿por qué pensamos sólo en la famosa “familia tipo”? ¿Bajo el criterio de quién?

Al momento de proyectar aplicamos los conocimientos que tenemos al papel, los cuales son adquiridos en la teoría y en la práctica. Junto a ellos arrastramos una construcción cultural e histórica en donde nuestra forma de pensar y reflexionar, que luego se refleja en lo que diseñamos, se presenta bajo estructuras de dominación capitalistas y patriarcales, que se muestran en lo cotidiano como estructuras neutrales. Por esto, es necesaria la deconstrucción de la historia, para mostrar su falsa neutralidad y universalidad en la transmisión de conocimientos (Muxí, 2019).

Se da por hecho que existen prototipos universales de familias o personas normadas al momento de diseñar. Se proyecta bajo una supuesta mirada que debería ser neutral y universal, pero tiene género, edad, etnia y lengua (Durán, 2008). Un ejemplo es el Modulor (3), un sistema de medidas a partir de una persona con sexo y género determinado: hombre blanco, joven/adulto, sano, heterosexual e independiente. Las viviendas y las ciudades se construyeron en base a un canon androcentrista. El mismo se expresa desde Vitrubio hasta Le Corbusier, universalizando la escala humana en un modelo masculino e invalidando la supuesta neutralidad (Novas, 2014). Esto es un gran error con el que seguimos proyectando hoy en día, como si, de alguna manera, todas las personas fuésemos iguales. Este modelo de persona, desarrollada por el Movimiento Moderno a mediados del siglo XX, se toma en cuenta hasta hoy en día como elemento para pensar las ciudades y la vivienda. Pero, ¿quiénes habitan el espacio además del hombre ideal que representa el Modulor? Lo habitan personas reales y con capacidades diferentes. Por eso es que debemos indagar en un nuevo modelo urbano que sitúe a las personas -incluyendo todas las diversidades- en el centro de las decisiones y que rompa con la estandarización de sujetos y cuerpos (Gutiérrez Valdivia, 2018). Por ejemplo, depender del automóvil o del transporte público para moverse de una zona a la otra, además de quitar tiempo, les quita independencia a las personas que no pueden acceder a los mismos y deja en claro la diferencia de privilegios de quienes pueden vivir placenteramente en la ciudad y lxs que la padecen.

Los espacios urbanos distanciados evidencian la separación del trabajo productivo y reproductivo. Los trabajos productivos son aquellos que corresponden a trabajos en relación a la producción de bienes; se realizan en el espacio público y son remunerados. Por otro lado, los reproductivos se basan en realizar las tareas cotidianas de cuidado de personas y del hogar con un tiempo indeterminado y dentro del espacio privado, lo que genera un esfuerzo individual y no remunerado. Este último, también denominado trabajo doméstico, es aquel que produce y reproduce la fuerza de trabajo, el cual es invisibilizado sin que nadie se lo cuestione (Federici, 2013). A su vez, es utilizado como método para ordenar y disciplinar sociedades y familias por parte del capitalismo, según roles de género. Todo este esfuerzo dedicado al trabajo del cuidado no permite a las personas que lo llevan adelante a disponer del tiempo necesario para realizar otras actividades, trabajos, investigaciones, etc. En la actualidad, el total de personas que realizan las tareas domésticas dentro de la vivienda son 73% mujeres y 27% varones (Moure; Serpa; Shokida, 2020). Estas diferencias, que se reflejan en el tiempo, el cual es un instrumento de control y poder, evidencian que las desigualdades cada vez se reducen más a cuestiones temporales (Amann y Alcocer; Borjabad Pastor, 2014). Entender la desigualdad de género a partir del tiempo es tan sencillo como comprender la dinámica doméstica: si una persona le dedica mayor tiempo, o su totalidad, a las tareas de cuidado habrá otra que tendrá el mismo, pero libre.

Es por esto que un punto importante es poner los cuidados en valor y entender que es una actividad que se debería realizar colectivamente, dado que es el principal sostén de la vida y que no debería recaer toda esa responsabilidad en una sola persona. No somos seres individuales, sino dependientes, y no podríamos existir sin el cuidado del prójimo.

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