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Saliendo del espejo de Alicia: una mirada sobre los periurbanos productivos desde una perspectiva feminista

El presente trabajo intentará, a modo de hipótesis, analizar el territorio del periurbano de producción agropecuaria de cercanía. Usando categorías provenientes de perspectivas feministas, de la relación entre productividad y territorio, se pondrán en debate las lecturas del mismo. Se busca reflexionar para poder asistir al diseño de acciones públicas (políticas, programas, proyectos, normativas) que mejoren su situación comparativa y absoluta.

El periurbano de producción agropecuaria de cercanía, desde las concepciones analizadas por la mayoría de la literatura, pone de manifiesto una situación de invisibilidad, de riesgo, de presión inmobiliaria y de fragilidad institucional. Frente a esta situación, el trabajo apunta a analizar y cruzar enfoque con otros campos de conocimiento de forma de indagar posibles líneas de trabajo para la mitigación de riesgos y presiones.
En ese sentido, se analizarán cinco puntos en los cuales, se trabajará: la denominación; la relación en la “ciudad”; cómo va ocupando territorio; cuál es su aporte a la vida urbana y cuáles han sido las políticas públicas enfocadas.

1. Moviendo el piso: la episteme.

Existen diversas denominaciones para citar el cinturón periurbano productivo: periferia urbana, franja urbana, “ciudad difusa”, frontera campo-ciudad, “ciudad dispersa”, territorios de borde, borde urbano/periurbano, borde exterior de la ciudad, contorno de la ciudad, cinturón de especulación inmobiliaria, extrarradio, exurbia, interfase o ecotono urbano-rural, huella ecológica de la urbe, hinterland de la ciudad, etc.

Si bien hay un reconocimiento general entre los investigadores abocados al tema, en señalar la dificultad de conceptualización que significa nombrar este territorio, también es cierto es que, en función de esa dificultad, se ha optado por definirlo en función de otro territorio/territorios reconocidos que además lo considera separados entre sí (campo y ciudad) y a su vez, separando a éste de los anteriores.

Se habla de contorno, borde, del afuera (extra, ex), de franja, de periferia de la ciudad. Se lo ubica en la frontera entre dos configuraciones reconocidas (campo y ciudad) pero no se le asigna una denominación que no sea en función de las otras dos, interpretados como sistemas separados.

Es tan así, que el territorio se define por contener elementos mezclados de los otros dos sistemas, sin asignarle originalidad ni particularidad como sistema propio.

En la división binaria de ciudad-campo el territorio de producción de alimentos de escala local, queda sin lograr un status y nombre propio, por no tener un sistema definido en dicha división.

Dice Rita Segato “La grilla categorial no sólo describe algunas dimensiones del mundo sino, y, sobre todo, prescribe como el mundo es y será, su lectura, su comprensión, la selección de lo que es relevante y lo que no lo es, el paradigma que orienta la mirada de una época y, no es poca cosa, la forma en que todo eso deber ser dicho” (1)

Se tendría que acuñar términos que den cuenta de un territorio complejo que es esa parte que sostiene gran parte de la vida, y al cual no podemos nombrar.

A la vez de dejar de pensar de forma binaria la ciudad como lo construido- el campo como lo productivo, entendiendo el mismo con carácter fluido y en permanente cambio.

2. Habitados en la desigualdad

Tomando en palabras de Ana Falú, es “Henri Lefebvre en su libro Le droit à la ville (1968), quien, desde un enfoque filosófico y sociológico, el análisis de las ciudades modernas desde la producción social del espacio urbano que mercantiliza la vida generando una mayor segregación social en el que predomina el valor de cambio para unos pocos y confina a vivir en fragmentos despojados de calidades de vida cotidiana a los demás.” (2)

El concepto de ciudad ha excluido a todo espacio de producción primaria de su definición. En general y luego de la revolución industrial, se piensa a la ciudad como un territorio denso en el cual, la localización industrial es un tema, la ubicación de circuitos comerciales, las centralidades, pero no, la actividad primaria de cercanía. Solo en los últimos años este tema ha tomado relevancia, siendo el punto de partida el reconocimiento de que las ciudades no son absolutamente autónomas, sino que “… de por sí se comportan como sistemas heterótrofos o consumidores, ya que la mayor parte de los insumos que necesita su población para reproducir sus condiciones de existencia, no son producidos dentro de sus límites”. (3)

Si bien la concentración poblacional de cualquier ciudad aseguraría una demanda sostenida de productos frescos, la priorización de productos alimenticios con valor agregado, procesados y hasta a veces desprendidos de su valor nutricional, ha sido la constante en el mundo occidental, yendo in crescendo paulatinamente. A esto se suma el interés histórico focalizado del sistema capitalista en las producciones a escala (agricultura intensiva y extensiva) con posibilidad de comercio exterior y actualmente a la financiarización del aparato productivo. En ambos casos, la producción primaria de cercanía, queda excluida ya que su valor está en el consumo de proximidad y en tiempos muy cercanos a la cosecha. Esta situación podría dar cuenta de una inferiorización de esta actividad, una devaluación de su valor, encuadrándolo en una actividad que, si bien produce, también aporta a los cuidados.

“Los trabajos de cuidados producen bienes y servicios para el autoconsumo, no para el intercambio mercantil, generando valor de uso. No persiguen un aumento de productividad ni fomentan valores de competitividad … responden a una ética centrada en las relaciones y necesidades humanas” (4)

Cuanto más grande es una ciudad, requiere áreas productivas cercanas más extendidas. Sin embargo, esta circunstancia está invisibilizada tanto en el ámbito social como en el gubernamental, y muchos procesos de crecimiento urbanos, incluso muchos planificados, no tienen en cuenta las localizaciones para dicha actividad, no hay reserva de tierras, y sus potenciales pobladores no son reconocidos como población urbana. En general, los diferentes procesos de crecimiento, relegan la producción primaria de cercanía a espacios residuales y/o degradados, sin promoción estatal ni reconocimiento público.

En estos espacios residuales, la producción de alimentos de quintas y pequeñas chacras, debe compartir el espacio y competir por él, con industrias extractivas y/o contaminantes de distintas escalas, áreas de tratamiento y/o de disposición final formal e informal de residuos (basurales a cielo abierto), asentamientos informales y toda aquella actividad no reconocida como urbana o que no aporte al “modo de vida urbano” hegemónico, quedando los bordes como zonas descartables, en las cuales van a parar los desperdicios. En ese marco la producción de alimentos de cercanía prospera como puede en áreas contaminadas y degradadas.

La presión inmobiliaria se puede observar en la imagen siguiente en la cual Observatorio del Mercado Inmobiliario de Córdoba, demostró que el 44% de inmuebles urbanos baldíos se hayan en áreas periurbanas.

“Estudio Territorial Inmobiliario de la Provincia de Córdoba” Mgtr. Arq. Abril Margonari/ Arq. Adriana Menendez/ Estudio Territorial Inmobiliario/ Ministerio de Finanzas – Gráfico 4: En celestes datos de mercado que coinciden con tierras periurbanas. (2012)

Esto sucede hasta que el mercado inmobiliario ve en algunos sectores de esos bordes la posibilidad de incrementar sus posibilidades de ganancia y comienza a presionar para la “urbanización” promoviendo loteos sin las condiciones necesarias, generando bordes con producción incompleta de suelo urbano, incluso muchas veces sin aptitudes ambientales o con aptitudes cuestionables, para el asentamiento humano. Y esta presión, en cuyo valor de renta se disputa el territorio, suele expulsar de esas tierras (que a fuerza de trabajo son fértiles en productos de quintas) a productores de distintas escalas, hacia otro nuevo borde, sin condiciones.

Incluso, en muchas ciudades con planes de desarrollo, estratégicos, ambientales, la agricultura de cercanía no llega a convertirse en capítulo, por lo que hasta en su institucionalidad es una fragilidad, “… en un territorio como el periurbano, donde los arreglos institucionales son muy débiles (Butterworth, Bustamante y Ducrot, 2007).” (5)

Hay dos conceptos que podrían ser útiles para pensar en este territorio.
Desde el campo de los estudios de género, encontramos cierta identificación de la producción agropecuaria de cercanía, con la del trabajo reproductivo “…porque esto significa que se sigue el esquema capitalista de enfocar lo que se vende en el producto visible final a expensas de ocultar el proceso de producción.” (6). En general lo producido en quintas y huertas no es considerado una producción por el sistema económico vigente y el trabajo desarrollado en esos ámbitos está socialmente desvalorizado. Al igual que muchas tareas de cuidado de personas, quedan relegadas a tareas no deseadas, con poco o nada de reconocimiento salarial, y se las reconocen sólo en el momento en que, por algún motivo, faltan. En el mismo sentido, tanto los cuidados como los alimentos producidos allí, brindan aportes fundamentales para la vida y contribuyen al desarrollo integral de las personas, en este caso incluyendo un aporte importante a la soberanía alimentaria.

Esta situación, sumado a lo que ya se viene planteando en puntos anteriores trae a cuenta otro concepto interesante, si lo miramos desde la concepción de la ciudad: la idea de invisibles sociales.

“…Un invisible social no es lo oculto en alguna profundidad, sino que, paradójicamente se conforma de hechos, acontecimientos, procesos, dispositivos, producidos-reproducidos en toda su extensión de la superficie tanto social como objetiva…” (7)

Todo lo que hace al territorio de producción agropecuaria de huertas y quintas, empezó a ser reconocido recientemente a partir de hábitos más saludables de alimentación. Sin embargo, si bien el producido en términos de producto es valorado por ciertos sectores de la ciudadanía urbana, sus condiciones de producción no están siendo reconocidas y por tanto se convierten en procesos, relaciones y territorios invisibles a la vista común, no por no verlos sino por un proceso de invisibilización a partir de dispositivos que aún persisten para evitar su puesta en valor, en parte, justamente por aportar a la soberanía alimentaria.

Producto de este ocultamiento o tal vez consecuencia del mismo, sin poder establecer qué antecede/produce/provoca qué, la informalidad en las relaciones laborales llega a niveles importantes incluyendo mano de obra esclava y/o trabajo infantil.

Es así que adquiere y aumenta la complejidad en la superposición de capas que se suceden, construyendo un territorio invisible, sin un nombre propio, sin una localización reconocida, que convive con otras actividades que aumentan su grado de vulnerabilidad.

Citado por Sereno Claudia A. y Santarelli Serer Silvia Alicia (2012) se ve a continuación el análisis de vulnerabilidad de la ciudad de Bahía Blanca, trabajo realizado por Barrenechea Gentile, González y Natenzon (2005)

Análisis de riesgos en rururbano de Bahía Blanca. Fuente SERENO, C. A., & SANTARELLI SERER, S. A. (2012) citando a Barrenechea Gentile, González y Natenzon.

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